Graffiti en Mitilene. Fuente: Alarm Phone
En un año todo puede cambiar. El 2020 ha reconfigurado la realidad en la isla de Lesbos. En las fronteras casi nunca hay tiempo de descansar, de celebrar las pequeñas victorias. Siempre hay que mantenerse alerta y preparadas para resistir los embates del poder, que parece decidido a destruir hasta el último reducto de esperanza, auto organización y solidaridad. El relato que vincula el 2020 como un pésimo año por las consecuencias del COVID-19 ha invisibilizado un año desastroso en las fronteras europeas, en el que ha habido un drástico retroceso en cuanto a los derechos de las personas en movimiento.
Empezamos el 2020 con esperanza, contentas de encontrarnos entre nosotras en las calles, de saber que habíamos conseguido levantarnos a pesar del peso de las amenazas, del miedo, de la desesperanza. La primera manifestación de mujeres en la isla. Se oyeron nuestras voces después un largo silencio. Aunque en realidad nunca nos habíamos callado. Si prestabas atención podías oír nuestras voces entre las tiendas de este campo de la vergüenza, entre los ruidos de las peleas y cuchillos de los hombres rotos por la violencia y las fronteras. Seguíamos buscando la forma de liberarnos en un espacio tan hostil como las fronteras de la Europa Fortaleza. El poder se preguntaba cómo había sido posible que a pesar de todos los esfuerzos para destruirnos como individuos y como colectivo, seguíamos siendo capaces de levantarnos!
Pero en las fronteras casi nunca hay tiempo para celebrar los pequeños éxitos. Poco después observamos cómo el sistema racista y patriarcal reacciona con toda su furia cuando las que deben responder al mandato del silencio osan alzar su voz. La violencia que se desató pretendía devolvernos al lugar de sumisión que nos conceden. Si las manifestaciones de principios de 2020 gritaban “ya no tenemos miedo”, este año hemos vivido una serie de acontecimientos que han instaurado de nuevo el miedo y la desesperanza.
Las manifestaciones se respondieron con gases lacrimógenos, palizas e identificaciones. Medidas correctivas contra mujeres, niñas y niños que exigían pacíficamente una vida digna. Nos quisieron recordar que en las fronteras no hay derechos, ni sociales ni políticos. Junto con la policía se reactivaron los grupos de extrema derecha que tomaron el control de las calles. Grupos de civiles se organizaron en distintos puntos del camino hacia el campo, y armados con palos de acero pedían la documentación a las personas. Asfixian nuestra voz. Éstas son las violencias que nos traspasan a las mujeres en las fronteras.
Poco después descubrimos los planes del gobierno griego de construir un campo cerrado, una prisión. Paradójicamente el odio de los grupos de extrema derecha, que es tan inmenso, les empujó a paralizar las obras y expulsar a la policía que pretendía proteger las obras. Esta victoria les reafirmó su sensación de omnipotencia, y aprovecharon para atacar a personas y coches de aquellas que identificaban como miembros de ONGs. Un sistema de terror se instaló en la isla, y se atacaba impunemente en las calles a las migrantes y todas aquellas en solidaridad. La hostilidad total se normalizó. Las ONGs sacaron a sus voluntarias por razones de seguridad, como si se tratara de una guerra. Porque esto es una guerra. Salieron con sus pasaportes. Nosotras nos quedábamos esperando el siguiente golpe.
Todavía era marzo. Turquía anunciaba que abrían sus fronteras con Grecia, y la Unión Europea aprovechó para cerraba definitivamente sus fronteras vulnerando la ley internacional de asilo. Instaurando un sistema de pushbacks violentos que abandona a todas aquellas que intentar llegar a Europa en una balsa sin motor en aguas turcas. Así se aniquiló en la práctica el único derecho que se garantizaba en esta isla a las personas migrantes, el derecho a pedir asilo. Nos agreden, nos abandonan en el mar esperando la muerte. Éstas son las violencias que nos traspasan a las mujeres en las fronteras.
La pandemia del COVID solo ha facilitado lo que no consiguió la policía y el estado griego, el establecimiento de un campo cerrado a modo de prisión. Un confinamiento que nunca cesó, la agonía de esperar la entrada del Corona en un campo hacinado, los procesos de asilo congelados, la angustia de vivir cada minuto en lo que cada vez era más un centro de detención, un infierno. Nos enjaulan en prisiones. Nos agreden, nos abandonan en el mar esperando la muerte. Éstas son las violencias que nos traspasan a las mujeres en las fronteras.
Cuando te han negado cualquier forma de expresión política sólo queda la violencia y el fuego. El fuego como el último recurso para la liberación. Ante los primeros casos de corona en Moria la tensión y el miedo escalaron rápidamente. Se pidió que se trasladaran las personas contagiadas fuera del campo, y ante la falta de respuesta la reacción fue el fuego. Pero parece que las fronteras son ignifugas. Construyeron un nuevo campo, de nuevo cerrado, cerca del mar por ver si consiguen esta vez ahogarnos, en el que todavía no hay una zona segura para mujeres solas, no hay electricidad, en el que no hubieron duchas hasta pasado más de un mes. Un nuevo establo para continuar con la tortura a la que estamos expuestas ante el silencio cómplice de gobiernos europeos y su población.
Éstas son las violencias que nos traspasan a las mujeres en las fronteras. Mujeres y niñas están atrapadas en el juego de la geopolítica de la Unión Europea, uno de los centros de poder del capitalismo racista y patriarcal.
Este año hemos perdido una batalla y se nos ha vuelto a silenciar. Seguimos expuestas al fuego, que sigue siendo el único elemento que nos hace visibles. El fuego con el que nosotras mismas nos incendiamos para que nos dejen ser, el últimos reducto de nuestra posibilidad de elegir sobre nuestros propios cuerpos. Las compañeras relatan como una de los últimos incendios en el nuevo campo de Moria fue provocado por una mujer, embarazada de ocho meses, que se prendió fuego. Sacó a sus hijos de la tienda y se prendió fuego. Desesperanza y fuego. Nuestros cuerpos arden por la injusticia y el abandono. Pero las fronteras son ignifugas. Incluso la desesperación se criminaliza. Esta mujer ha sido acusada de incendio por la justicia patriarcal y racista.
Para la sorpresa de aquellos que creen que este es el final, anunciamos que la lucha sigue. Las fronteras atraviesan nuestros cuerpos, nos asesinan y nos mutilan. Pero a pesar de las innumerables violencias, seguimos buscando los caminos para seguir resistiendo y construyendo un futuro con justicia. Esta es nuestra lucha feminista, la lucha por la vida. Si los feminismos hablan de las opresiones ejercidas contra las mujeres, los feminismos de frontera hablan de los asesinatos en el mar, de las cárceles, de los campos de detención, de las deportaciones ilegales, de los sistemas de asilo injustos y degradantes, de la explotación laboral. Hoy queremos hacer un llamamiento a las mujeres de Europa. Nos mantienen silenciadas, esposadas, encarceladas y torturadas. No se reconocen nuestros derechos. Vuestro silencio nos oprime. Necesitamos construir puentes que nos permitan ser más fuertes, llegar más lejos, destruir las fronteras. Estas fronteras que también dividen a las mujeres, que nos impiden reconocernos mutuamente. No caerá el sistema si no caen las fronteras.
Abajo el patriarcado, abajo las fronteras!
Women In Solidarity House (WISH) Lesvos
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